Hola, mi querido Santa:
Mi mente que no calla, y hoy decidió que era un buen momento para hablar contigo.
Así que aquí estoy, obedeciendo a mi mente de chiva loca que no me deja en paz.
Santa, esta carta no es solo mía.
Es una carta para todos aquellos a quienes no siempre alcanzas a visitar, pero que también sueñan contigo.
Primero, Santa, te pido algo muy especial para los niños que este año no recibirán un regalo tuyo.
Algunos no saben cómo escribirte, otros no tienen quien les ayude, y algunos viven en lugares donde la magia tarda un poco más en llegar.
A ellos, por favor, regálales un susurro de esperanza, una luz chiquita que les diga que también son parte de tu mapa, que la magia los conoce y los abraza, aunque no venga envuelta en papel brillante.
También quiero pedir algo para los abuelitos que pasan su Navidad solitos.
Ellos, Santa, esperan menos de lo que merecen y merecen mucho más de lo que piden.
Ponles un recuerdo bonito en el corazón, una sonrisa que les dure toda la noche, un abrazo invisible de esos que calientan hasta los huesitos cansados, hazles sentir que el amor no se jubila, que sigue ahí, rondando, tocando a la puerta del alma.
Y ahora, Santa…
Aquí viene la parte que mi mente no deja de recordar, repetir y pedir con fuerza:
Ayúdalos a volver, Santa.
Guía a sus familias hacia la paz, dales una señal, un rayo de esperanza, una noticia que abrace.
Esta Navidad, mi mente no calla porque tiene un deseo enorme:
Gracias, Santa, por escuchar esta carta que es un deseo profundo del corazón.