Novela “Historias Que el Tiempo No Borró”

 


“Historias Que el Tiempo No Borró”

La tarde olía a azúcar, música y risas de adolescentes. Era la típica kermés de la secundaria: globos, juegos, parejas corriendo entre los puestos y ahí estaba ella, cuidando su mesa de fruta fresca, con timidez.

Él llegó como quien no quiere nada, el recién llegado al pueblo, con la curiosidad encendida y el paso seguro de quien ya había vivido varios amores. Se acercó, pidió un vaso de fruta y, entre mordida y mordida, le soltó un par de bromas que la hicieron reír sin querer. Esa risa fue el inicio de todo.

En ese juego donde “se casaban” a la fuerza, él la invito, pero no para seguir la broma: él se lo pidió por gusto, como si algo en su corazón supiera que ese encuentro no era cualquiera. Cuando aparecieron tomados del brazo frente al improvisado juez, todos quedaron sorprendidos: eran los únicos que habían llegado por voluntad propia.

La inocencia de ella, el encanto juguetón de él, ahí, sin que nadie lo supiera, nació un amor limpio, de esos que te dejan el alma nueva.

Pasaron meses. Coincidían en fiestas, él siempre buscándola, invitándola a bailar. Ella, con ese rubor de primer amor, lo seguía descubriendo. Hasta que finalmente se hicieron novios. Tres años hermosos. Tres años que les dieron la textura suave del primer “te quiero” y el peso dulce de una historia que parecía eterna.

Pero la vida, terca y sabia, los mandó por caminos distintos. Estudios en ciudades lejanas, decisiones que se cruzaron, y el amor quedó suspendido, como una foto guardada en un cajón que nadie se atreve a tirar.

Treinta y cinco años después, las redes sociales hicieron su magia. Se encontraron. Ya adultos, ya con compromisos, ya con vidas que habían tomado rumbos propios. Hablaron. Recordaron. Sonrieron frente a la pantalla como dos jóvenes que alguna vez se casaron por juego y por destino.

Y entre esos mensajes, ambos entendieron algo grande: que los momentos hermosos que construimos de verdad se quedan para siempre.
No para volver, no para romper nada, sino para recordarnos quiénes fuimos y cuánto hemos crecido.

Porque quien guarda recuerdos bellos suele caminar con más alegría.
Porque la vida da vueltas, sí, pero también enseña.
Y porque revivir lo vivido no es quedarse atrapado: es agradecer y seguir.

Al final, cada uno siguió su camino con el corazón tranquilo. No como quien pierde algo, sino como quien lo atesora sin cargarlo. Aprendieron que amar también es soltar, y dejar que cada historia viva donde pertenece: en el recuerdo que ilumina, no en la nostalgia que duele.


La vida sigue, y el corazón también.
Y cada historia bonita que viviste es una chispa que te impulsa a seguir construyendo momentos igual de valiosos con quien está hoy en tu camino.

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